11 enero, 2008

Acerca del nombre de Boínas


La investigación sobre el origen o la etimología de un topónimo es a veces un ejercicio difícil.
A poco que lea uno sobre el tema enseguida se dará cuenta de que abundan las etimologías populares, aproximativas, espurias y cuando no directamente macarrónicas. A propósito de este último tipo de etimologías, recordemos aquella que atribuye el nombre de Aviados y Campohermoso a una frase que supuestamente pronunciaron los moros cuando se retiraban de la zona: Aviados vamos por estos campos hermosos, o incluso la versión más macarrónica si cabe de Aviados vamos por estos campos hermosos en que cantan las avecillas que incluye también una explicación para el topónimo de La Vecilla. O aquella otra que atribuía el nombre de Montuerto a que allí habitaba un hombre de nombre Ramón al que la gente llamaba por el diminutivo Mon y que era tuerto. Y la no menos extravagante que atribuía en topónimo de Sopeña a que cayéndose una peña alguien la pretendió parar al grito de so, peña.

Por el lado contrario también abundan en las etimologías las intoxicaciones eruditas en que alguien con un nivel cultural elevado atribuye con poca o ninguna base supuestos orígenes de una palabra en lenguas clásicas o prerromanas.


Sobre el topónimo Boínas hasta el momento y hasta donde conocemos se han propuesto dos explicaciones:

1- La de don Maximiliano González Flórez, a la que ya hemos hecho referencia en una entrada anterior del Blog y que en su libro La ribera del Torío (pag 229-230) la hace derivar de Bovinas por unas supuestas ferias bovinas que se celebrarían en los alrededores del santuario.

2- La del anterior cura don Gabino Alvarez Mata, recogida por Anabel Martínez en una breve noticia sobre las fiestas de Boínas publicada con fecha de 15 de agosto de 1989 en el periódico leonés La Crónica, en que mantiene la hipótesis de que Boínas, o mejor dicho Buinas, puede provenir de Bullerina, y lo fundamenta en que supuestamente allá por el siglo XVII los bullerus asturianus bajaban a Castilla y a su vuelta hacían parada en Robles de la Valcueva para pasar el día coincidiendo con la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, es decir el 15 de Agosto.

Actualmente sabemos con certeza que las dos hipótesis anteriores son falsas y que la palabra Boínas (y su variante Buinas) provienen de Godinas, pueblo medieval que se situaba en el pago hoy en día conocido como Boínas y del que era iglesia la actual ermita.

De lo que ya no tenemos certeza es de donde proviene Godinas. Pudiera ser simplemente el plural de Godina, nombre de mujer usado en la Edad Media, y cuya forma masculina es Godín. Podemos ver, por ejemplo, el nombre de Godina en referencias toponímicas como la del pueblo aragonés de La Almunia de Doña Godina, o el pueblo asturiano Godina, pueblo perteneciente al Concejo de Pravia que recibe también la denominación tradicional de Gudina en asturiano, nombre que se asemeja mucho a nuestro Buinas. Otra conocida Godina es la protagonista de la leyenda inglesa de Lady Godina o Lady Godiva, famosa doncella que paseo desnuda montada a caballo por el pueblo de Coventry para conseguir que su marido diera un mejor trato a sus súbditos.
A su vez Godina o Godiva se considera un nombre de origen germánico (God-gifu) que significaría regalo de Dios.

Lo que también sabemos con certeza es que Boínas se escribe con tilde o acento ortográfico en la i, y que no es lo mismo que boinas sin tilde, nombre plural de una entrañable prenda de vestir que se usa para cubrir la cabeza y que han usado tradicionalmente nuestros labradores y mineros en sus respectivos trabajos hasta que cayó en desuso en la agricultura y fué sustituída por los cascos de seguridad en la mina.

Para terminar aprovechamos esta página para rogar a la autoridad competente que haga las gestiones oportunas para que el nombre de Boínas figure escrito de forma correcta en los carteles que señalizan la ermita, ya que en la actualidad no es así, como podéis comprobar.

Ricardo Tascón Álvarez

Ricardo Tascón Álvarez (Don Ricardo), nació el 30 de enero de 1914 en el pueblo de Matallana de Torío y falleció en León el 11 de enero de 2005, pocos días antes de cumplir los 91 años. Aprovechamos el tercer aniversario de su fallecimiento para rendirle este pequeño homenaje.

Hijo de Ricardo Tascón Brugos, un conocido empresario minero local, Don Ricardo estudió medicina y se especializó en pediatría. Ejerció durante mucho tiempo como forense en el Juzgado de Instrucción número uno de la ciudad de León. Se dedicó también al ejercicio de la medicina privada, pasando primero consulta en casa de sus padres en el pueblo de Matallana de Torío, y más tarde en la casa que se construyó en Robles de la Valcueva, en el Barrio de la Estación.

Tras la muerte de su padre en 1964, y la precoz desaparición de su hermano Miguel, se hizo cargo de la dirección de las empresas mineras familiares en un tiempo de crisis del carbón por el auge del petróleo viéndose obligado a llevar a cabo la desagradable tarea del cierre de unas minas que habían dejado de ser rentables y que acabaron en gran parte en manos de la Hullera Vasco-Leonesa.

Pero quitando este breve periodo de ejercicio empresarial que concluye en 1972, a Don Ricardo se le recuerda como médico dedicado a su profesión, pasando consulta, en numerosas ocasiones de forma desinteresada y gratuita, a veces ayudado por su suegro Don Felipe, también médico, en su casa del Barrio de la Estación, desde donde asistió, alivió y dio consuelo a infinidad de habitantes de la comarca.


Por su buen hacer concitó de forma unánime el afecto y el aprecio de todos quienes le conocieron, y de forma especial de sus vecinos del Barrio de la Estación, y de sus paisanos del pueblo de Matallana de Torío, que apremiados por el accidente cerebrovascular que sufrió a primeros de 1989, y queriéndole reconocer sus numerosísimos méritos en vida, le realizaron un homenaje el 20 de agosto de 1989, coincidiendo con el final de las fiestas patronales del pueblo. Al multitudinario y cálido homenaje asistieron numerosos amigos, vecinos de todos los pueblos de la comarca y las autoridades locales. Tras una misa de campaña, le dedicaron una fuente y una plaza por medio de sendas placas. El homenaje concluyó con un vino español.

Don Ricardo nos dejó un día como hoy de hace tres años. Su funeral se llevo a cabo en la iglesia de San Juan Bautista, contigua a su casa del Barrio de la Estación y para su descanso definitivo eligió su querido pueblo natal, Matallana de Torío, en cuyo cementerio reposa en un humilde nicho, con la misma sencillez que caracterizó su vida.


Reproducimos a continuación la breve reseña biográfica que le dedicó don Maximiliano González Flórez en el año de 1982 en su libro La ribera del Torío (pag 304-305)

Vamos a trazar la silueta de un hombre sencillo, pero muy interesante. Si quisiéramos retratarle con breves palabras, diríamos que se trata de una personalidad que se distingue por su simpatía, por su constancia en el trabajo profesional y por su comprensión humana.

Nació el día 30 de enero de 1914, en Matallana de Torío. Hizo su carrera en la Universidad de Valladolid, licenciándose en Medicina y cirugía en el año 1940.

Fue médico titular del Ayuntamiento de Vegacervera durante diez años, hasta que en 1950 fue nombrado médico forense en la ciudad de León, cargo que sigue desempeñando con prestigio en la actualidad.

Don Ricardo se especializó en Medicina General y en Pediatría, instalando su clínica particular en Matallana y en la ciudad de León para atender a la numerosa clientela que acude a él todos los días.

Los médicos de fama suelen tener varios dones naturales de atracción. Por un lado, necesitan estar dotados de grandes cualidades humanas de comprensión afectiva para que los enfermos se les confíen plenamente. No les puede faltar la ciencia y la sabiduría médica para estar al día en las terapéuticas clásicas y modernas. También debe de haber en ellos algo innato que no se adquiere en los libros. Tal es el "ojo clínico" que, psicológicamente, no es más que una intuición especial para captar todo lo que le pasa al enfermo.
Pues bien, todas estas cualidades las tiene don Ricardo en grado relevante. Por eso se llena su clínica, ya la instale en su hermoso chalet de Matallana, ya se la lleve a una de las mejores calles de León. Los enfermos vienen de todas partes para ver y para que les vea detenidamente don Ricardo. De su consulta salen reconfortados por el trato afectuoso y por los sabios consejos médicos que les da el doctor.

Toda esta fama de médico científico se fue forjando al lado de sus enfermos, a quienes ha sabido tratar con afecto y con estudio de la situación humana de cada uno.
Don Ricardo fue un hombre que ha vivido al lado de sus paisanos, sin olvidarse de los problemas de su pueblo. Supo echar una mano cuando comprendía que su colaboración era necesaria. Y ha sido humanitario y caritativo en muchos casos individuales, que no es necesario detallar, porque sólo Dios sabe hasta dónde llegaba la generosidad de este buen médico.

Don Ricardo tiene una familia muy distinguida. Sus hijos ocupan cargos importantes en varias profesiones. Tales son: Ricardo Tascón Pérez, médico en la Residencia Sanitaria de León, María del Camino, profesora de Ciencias en el Instituto de Enseñanza Media de Colmenar viejo, de Madrid. Fernando, arquitecto, en el Ministerio de la Vivienda, en Urbanismo y Obras públicas. Y Juan Carlos, médico cardiólogo, en la Clínica 1º de Octubre, de Madrid.

Su padre, don Ricardo Tascón Brugos se dedicó a la industria carbonífera desde 1914, al estallar la primera guerra europea, hasta su muerte, en 1964. Poco después llegó la crisis del carbón, motivada, entre otras causas, por la implantación casi universal del combustible líquido, que dejó poco a poco anulado el carbón mineral.
Como consecuencia, en 1967 se cerraron casi todas las minas en los contornos de Matallana, quedando solamente en actividad las de Santa Lucía y Ciñera por su abundante y facil explotación.
Tascón, padre, había dirigido la explotación minera en Orzonaga, Valdepiélago, Matallana, Correcillas, y Aviados, llegando a contar 15 minas.

Esta es la vida resumidísima de una familia que ha sabido estudiar y trabajar con afán de superación bajo el lema de honradez y ejemplaridad.



Completamos la anterior biografía con un texto escrito por su amigo y compañero José Suárez-Lledó Alemany, que fue publicado en el Diario de León, y que incide especialmente en su faceta humana:


Conocí a Ricardo al poco de mi llegada a León, él fue la mano amiga tendida en medio de la adversidad. Ya cargado de conocimientos y de experiencia, desempeñaba la forensía del juzgado número uno, cuando vine destinado al número dos. Lejos de adoptar la actitud del perdonavidas prepotente, cosa que otros muchísimos hubieren hecho en similar circunstancia, se portó conmigo con gran afabilidad y muy dispuesto a aprender «los últimos adelantos», de los que me suponía conocedor. Esta actitud, propia exclusivamente de los grandes sabios que en el mundo han sido, demuestra hasta qué punto era un hombre humilde, hasta qué punto era un hombre sabio.

Ricardo Tascón, mi amigo y maestro, murió el día 11 de de enero. En su esquela, bajo su nombre, sólo una palabra: Médico. Es una forma muy escueta, sobria elegante y humilde de expresar lo que era. Exacto reflejo de su personalidad. Médico es lo que era de la manera más propia que puede ser: para curar enfermos por todos los medios. Ejercía la medicina nacida del «¿qué hacer?» ante el enfermo, del deseo de remediar, la esencia misma de la que nace la ciencia médica según Ortega. Es cierto: Ricardo Tascón era, además, un gran científico, capaz de curar con sus conocimientos médicos o de descubrir la oculta pista que conduce al asesino.

Yo lo conocía bien y de él aprendí muchísimo y no sólo Medicina Legal. Tenía un gran ojo clínico: eso que los que no lo tienen dicen que no existe; y tenía también el deseo de curar por encima de todo. No, no era un médico de protocolos ni consensos, era un sabio (esto lo sabemos quienes le conocimos), que aplicaba cuanto sabía para curar. Eso es ser médico. Trabajaba lo indecible y la fe de sus pacientes en su quehacer no desmerecía en absoluto a sus imponentes méritos; de modo que curaba a muchísima gente. ¡Naturalmente que curaba! Él era realmente lo que todo estudiante vocacional de Medicina desea ser y, lo que, cuando yo llegue a viejo, desearía haber sido.

Pero, sobre todo, y como es lógico, en alguien cuyo deseo fundamental es curar, era una gran persona. Era bueno en el mejor sentido, no sólo en el buen sentido de la palabra, como decía Antonio Machado, no: en el mejor. Él me envió los primeros enfermos que vi en mi consulta particular. Esos trajeron otros y esos otros y otros.

A él se lo debo y se lo agradezco, no sólo por la confianza que depositó en mí como endocrinólogo, sino por el valor de hacerlo en un tiempo en que las cosas en León eran peores que ahora. Suele decirse cuando alguien muere que ha sido una gran pérdida. En este caso es verdad. Lo es a pesar de que ya no ejerciera y de que un infarto cerebral hubiese mermado su capacidad intelectual: dice la neuropsiquiatría que en estas condiciones la personalidad del paciente se caricaturiza; pues bien: en don Ricardo, como le conocen los habitantes de la cuenca del Torío, pacientes suyos en abrumadora mayoría, esa caricatura seguía teniendo un gran valor como ejemplo y como imagen de lo que se debe ser. Así de él puede decirse, parafraseando al poeta portugués, que vivió curando y enseñó viviendo, porque conservó hasta el final su propia personalidad.